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Kumari de Bungamati | El día que conocí a una diosa

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Poco podía imaginar el día que nos decidimos por visitar Bungamati, un precioso pueblo medieval en la zona Sur del valle de Kathmandu, que acabaría conociendo en persona a una mismísima diosa.

Tuvimos una suerte inmensa durante todos los días que estuvimos en Nepal, coincidiendo con numerosísimas fiestas y celebraciones, pero sin duda la más especial fue la que encontramos en Bungamati.

Bungamati es un pueblo tradicional newari rodeado de hermosos arrozales, con su origen en el siglo XVI , que vive básicamente de la agricultura y la artesanía. La encantadora aldea goza de estrechas callejuelas con lo que el tráfico rodado no es posible.

El tiempo parece haberse detenido en esta pequeña localidad, confiriéndole un ambiente único y entrañable.

bungamati

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Pese a encontrarse bastante cerca de Kathmandu es muy poco frecuentado y explorado  por los turistas, lo que hace que sea un auténtico placer perderse por sus callejas de una deliciosa autenticidad tradicional y rural con sus casas engalanadas con guindillas  y mazorcas de maíz colgadas..

Llegamos allí una mañana siendo los únicos extranjeros que había por allí y provocando la curiosidad y los saludos amistosos de los vecinos . Al adentrarnos en la plaza principal coronada por el templo de Rato Mahhendranath  , vimos que había un ambiente festivo y algunos hombres , mujeres y niños ataviados con vestidos tradicionales y sus mejores galas. Ya ni nos sorprendimos, puesto que habíamos coincidido con otras tantas celebraciones en otros lugares de Nepal a lo largo del viaje. Allí seguro que se cocía algún festejo en breve, así que tomamos con mucha calma nuestro paseo por la aldea, pero con la emoción que confiere saber que va haber algún evento especial.

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De repente, la música de una banda tradicional empezó a sonar y unas hermosísimas muchachas empezaron a danzar. Nos unimos al resto de vecinos que se acercaron a disfrutar del espectáculo,  y la curiosidad porque estuviéramos allí, hizo que muchos se acercaran donde estábamos a hablar con nosotros y nos sintiéramos como invitados de honor. Tras las danzas empezaron a reunirse en la plaza más y más bandas de músicos que parecían venidas de otros lugares y que rodearon la plaza tocando sus instrumentos, sumándose al resto de músicos y bailarines. El sonido de sus instrumentos (un tanto monótono, todo hay que decirlo) invandió el ambiente por completo.

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Intentando hacerme entender con  algún lugareño, pude descubrir que estaban celebrando una especie de acción de gracias por la cosecha de arroz. Todos los allí presentes llevaban sus ofrendas de arroz al templo, junto al que había un fervor increíble.

No en vano el templo está dedicado a Rato Machchhendranath (también conocido  como Bungadyo) , el dios nacional del país  y patrón del valle, que juega un papel muy importante en las lluvias anuales de Nepal. Este dios de complicado nombre tiene su lugar de origen en Bungamati , pero su  imagen  la comparten durante la mitad del año, con el templo que también está dedicado a él, en Patan . Cuando la deidad se mueve de una localidad a otra, se celebra una de las mayores festividades del año.

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Sumándome a la celebración

Pero allí se veía algo más que el fervor por el dios compartido, por lo que con sumo respeto, me acerqué hasta el patio techado de un edificio junto al templo, donde de pronto la ví. Era la Kumari de Bungamati.

La Kumari es la niña-diosa viviente, y aunque la más importante y famosa es la Kumari real de Kathmandu , existen otras kumaris en localidades newaris como Patan, Bhaktapur o en este caso Bungamati. Sólo salen en público una o a lo sumo dos veces al año, con lo que la fortuna de coincidir allí justo ese día había sido suprema ( o tal vez divina…)

La kumari  es tan sólo una niña, pero es elevada a diosa tras un complicado método de selección, muy parecido al que se lleva a cabo para elegir al Dalai Lama. Es la reencarnación en vida de la diosa Durga (llamada ‘Taleju’ en Nepal) y tiene poderes de curación física y sanación espiritual Por lo que recibe gran veneración de los que buscan su bendición. Tocar sus pies supuestamente trae buena suerte.

kumari bungamati

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Las diosas también duermen

“Kumari” significa virgen, con lo que sólo puede ser considerada una diosa hasta que alcanza la pubertad y tiene la primera menstruación. Una vez llegado ese momento, la diosa abandonará el cuerpo de la niña y habrá que buscar una nueva candidata.

Las primeras referencias sobre el culto a Kumari en India datan del año 600 antes de Cristo, pero no es hasta el siglo XIII que llega hasta Nepal.

No cualquier niña puede llegar a ser una Kumari, y para llegar a serlo debe poseer una serie de características y pasar por un meticuloso proceso de selección por parte de un comité de 5 sacerdotes. Es imprescindible que la niña tenga entre 4 y 7 años, que sea de la etnia Newar y que su horóscopo armonice con el de los reyes (aunque la monarquía esté ya abolida en Nepal), pero además debe cumplir con 32 características físicas, 32 “perfecciones”,  una por una. No voy a listarlas todas, pero hay algunas de lo más peculiares como que debe tener un pecho como un león, poseer una voz suave y profunda, tener las pestañas de una vaca, el cuello como una caracola, los ojos muy negros, un cuerpo como un “banyan tree”,  una lengua corta o los muslos de un ciervo. Además debe pasar varias horrorosas pruebas de valentía donde demuestre que no siente pánico y reconocer objetos de su antecesora.

Ser elegida Kumari es todo un honor  para los devotos y para la familia de la niña que recibe una suculenta suma de dinero y ciertos privilegios. Y la propia niña recibe una pensión vitalicia. Pero en mi humilde opinión, la vida de esta niña es una cárcel, también vitalicia. La mirada vacía y triste que vi en  la Kumari de Bungamati aquel día, fue un vivo reflejo de la soledad que le toca vivir a la niña diosa .

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Se las priva de infancia y de afecto. No pueden ser tocadas, ni abrazadas, ni queridas como una niña normal. Simplemente adoradas. Se las recluye en una jaula de oro, sin poder ir a la escuela o jugar con otros niños. Pero además, una vez abandonan su halo divino, arrastrarán el lastre y el estigma de su  condición de ex-diosas durante toda su vida, estando privadas de  una vida social y personal corriente y normal. Y muy posiblemente jamás lleguen a casarse , puesto que según la tradición, aquel hombre que lo haga se arriesga a tener mala suerte para siempre. Quedarán marcadas para el resto de sus días.

Un tradición que, aunque profundamente arraigada a las costumbres del pueblo de nepalí, en mi opinión personal, es también enormemente injusta para estas niñas divinas. Aunque sin duda, el gran número de niños que malviven en la calle o mueren de hambre en este país, engrosen también junto a ellas, el número de injusticias que le toca vivir a la infancia en lugares como Nepal y tantísimos otros en el mundo.

Fue un honor para mi que me permitieran pasar a verla, transmitirle mis respetos e incluso me animaron a fotografiarla (no es posible fotografiar a la Kumari de Kathmandu, por ejemplo). Y sin duda, es una de esas experiencias que nunca olvidaré. Como nunca olvidaré tampoco su carita. Y el día que sentí la terrible mirada triste de la niña diosa.

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Carol Gutiérrez

Carol Gutiérrez | Viajera por necesidad vital y soñadora sin remedio. Pasión por Asia, las islas del mundo, la música, el vino y la gastronomía. Más sobre mi

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