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Viaje a Kenia y Zanzibar | De la inmensidad de la sabana a los azules infinitos

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Soñaba con la inmensidad de la sabana. Con la naturaleza en estado puro. Con los cielos africanos. Con sus atardeceres únicos. Con conocer a los masais.

Soñaba con las viejas historias de mercaderes y navegantes, de antiguos sultanatos en la costa swahili. Con navegar en un dhow. De los que se utilizan desde hace siglos.

Soñaba con contagiarme de los colores de África. Con sentir su latido.

Y la realidad superó mi imaginario.

Este viaje por Kenia y una pequeña parte de Tanzania (tan sólo Dar es Salaam y Zanzíbar) ha superado todas mis expectativas. Hemos vuelto cargados de sonrisas. De muchas, muchísimas conversaciones. De la inmensidad de paisajes infinitos. De la luz y del azul del Indico. De cielos que se pueden tocar. De atardeceres y amaneceres mágicos. De naturaleza en estado puro. Con el corazón cargado de gratitud y felicidad. Y el alma llena de color.

He vuelto enamorada.

Me he maravillado ante puestas de sol grandiosas, aunque lo que me ha conquistado para siempre han sido los amaneceres.

Puesta de sol en Stone Town, Zanzíbar
Amanecer en Masai Mara

He disfrutado de todos los colores de África en sus bulliciosos mercados . En las escenas cotidianas  junto a las playas. En las hermosas telas de las mujeres. En ciudades decadentes que aún conservan magia. En todos los tonos de azul del Índico. En los ocres de la sabana. En los rostros y las sonrisas de sus gentes. En los saludos de los niños que salen corriendo al grito  de “jambo” cuando pasas junto a un aldea. Repletos de polvo.

Mercado de Kariakoo en Dar es Salaam, Tanzania
Tiendita en la playa de Tiwi, Kenia
Playa de Jambiani, Zanzíbar
Niña masai

He tenido decenas, quizás cientos de charlas. Seguramente ayudó que me propusiera aprender lo máximo que fuera capaz de la lengua swahili. Y aunque siempre procuro aprender algunas palabras y expresiones de la lengua local cuando viajo, esta vez me ha resultado mucho más fácil. Esto me ha regalado muchísimas conversaciones. Y muchas, muchísimas sonrisas de agradecimiento.

También he aprendido algunas palabras masai. Los masai han estado presentes durante todo el viaje. Sorprendentemente desde las playas de Zanzibar hasta las de de Kenia. Desde sus aldeas esparcidas por la sabana hasta los campamentos donde nos alojamos en Masai Mara. Custidiándonos. Me ha encantado tenerlos siempre tan cerca. Tan simpáticos, tan risueños. Tan orgullosos de sus vacas. Con ese algo poderoso que desprenden.

Masais en la playa de Paje, Zanzíbar
Aldea masai junto a Masai Mara

He jugado con los niños.

He saltado las olas.

He buscado conchas.

He encontrado estrellas de mar.

Estrella de mar en la playa de Diani, Kenia. Volvió al agua

He sido feliz junto al mar. Aunque confieso que he echado algo de menos “mis” playas asiáticas.  El índico de Kenia y Tanzania es bellísimo. Con una intensidad que abarca todas las tonalidades de azul imaginables. Unos colores únicos, infinitos, hermosísimos. Y unos contrastes tan maravillosos que no puedes dejar de admirar. Pero el viento sopla con fuerza, las mareas suben y bajan de forma descomunal. El mar está revoltoso. Las algas, muchas algas, abundan. El agua está más turbia. Son playas para observar. Para pegarse un chapuzón. O dos. Para pasear. Para ver la vida pasar. Pero no para pasarse horas dentro del agua, como me suele gustar. Si deseas hacer snorkel por ejemplo, debes contratar un barquito o excursiones. Nada baratas por cierto. Así que me he quedado con las ganas de disfrutar bajo el agua, como otras veces. Aún así, he disfrutado muchísimo del océano. Mucho.

La costa de Zanzíbar es maravillosa, pero la costa de Kenia lo es también.

Dhow en Jambiani, Zanzibar
Niños buscando conchas con la marea baja. Playa de Diani, Kenia

He saboreado tés con cardamomo, curries de coco con gambas, ensaladas de aguacate, zumos frescos de mango y de fruta de la pasión,  biryanis especiados, pulpo y calamar recién pescado. Muchas veces traslandándome a Asia con los sabores. La costa swahili tiene una gastronomía fantástica. Herencia de tantos años de mezcla cultural.

Delicioso curry de calamar recién pescado
Zumo fresco de fruta de la pasión. No sé ni cuántos me habré tomado.

Me he dejado perder en las calles laberínticas de lugares míticos como Stone Town en Zanzíbar ; de la histórica Mombasa ; de la multicultural Dar es Salaam, que me gustó más de lo que imaginé;  de la hermosa y mágica isla de Lamu, en la que retrocedes en el tiempo y en el espacio paseando entre burritos y de la que me enamoré sin remedio.  

Algunas ciudades están heridas de muerte. Descuidadas, sucias y a punto de caerse a pedazos. Otras son hermosas, con edificios bellísimos y aún con esa atmósfera mágica que te transporta a tiempos de las mil y una noches. A cruzarte con todas las cara del índico. Con su hospitalidad.

Stone Town, Zanzíbar
Mombasa, Kenia
Calles de Shela, en la isla de Lamu, Kenia

También me he sentido estar en Italia en lugares como Watamu y he paseado por las calles de la antigua y misteriosa ciudad swahili de Gede. Hoy tan sólo ruinas comidas por la naturaleza.

Antigua ciudad swahili de Gede, Kenia
Watamu, crees estar en Italia. Hasta los niños locales corren a saludarte a ritmo de “ciao”. Atención al dibujo del “naranjito” del mundial ’82

Me he estremecido con la inmensidad infinita de la sabana. Con su grandiosidad indescriptible. Con su vacío y su plenitud a la vez. Con los contrastes de paisajes. Unos tan áridos. Otros tan verdes y frondosos.

Con la belleza de los lagos Navaisha y Nakuru. Con la imponencia de Masai Mara.

La sensación de infinito que se siente en la sabana no puede expresarse ni con imágenes ni con palabras.

He llorado de emoción con la vida animal. Vida en estado puro. Salvaje.

Con miles de ñús y de cebras -tan bonitas ellas- pastando o corriendo entre nosotros en su época de la gran migración. Con las gráciles jirafas, tan desbordantes de elegancia. Con los leones, los reyes de la sabana. Y a los que algunas noches oímos rugir en nuestros campamentos. Con los leopardos, tan bellos, tan solitarios y tan difíciles de ver. Con los elegantes y veloces guepardos. Con los elefantes, tan diferentes a los que siempre hemos visto en Asia. Con las hienas, los impalas, los antílopes, los hipopótamos, los rinocerontes,  los búfalos, los cocodrilos, las aves….

 Es imposible describir con palabras tantas belleza. Es inmenso. Grandioso. Sobrecogedor.

Miles y miles de ñús y de cebras
¿No son bellas?
Así es la naturaleza. Cruda y salavje
El rey
La damas de la sabana

He navegado en dhow como tanto soñé. Danzando sobre el Índico. Deslizándome sobre el oceáno con la vela desplegada. Sintiendo que flotaba sobre el agua.

Navegando en dhow en Lamu

He visto el Kilimanjaro desde el aire.

He visto un eclipse con la luna al revés. He sentido el cielo mucho más cerca de mi. Las miles de estrellas por la noche se veían más cerca. Las nubes esponjosas se veían más cerca. El sol era también muchísimo más grande. El cielo parecía que estaba más abajo. Casi se podía tocar. Sintiendo la necesidad de estirar la mano y acariciarlo. Sus estrellas. Sus nubes.Tan cerca. Tan hermosas.

Ha sido un sentimiento que me ha acompañado durante todo el viaje. Quizás sea cosa del hemisferio Sur…

He paseado por las habitaciones de la casa de Karen Blixen. La que encendió mi sueño de Africa adolescente con sus “Memorias de África”.

Casa donde vivió Karen Blixen

También he visto cabañas de barro. Poblaciones hechas de chapa. Cientos de casas de chapa. Rodeadas de basura. Algunas, como en el caso de Zanzíbar, junto a grandes resorts de lujo. Gentes viviendo inmersas en el polvo . Ese polvo que  te acompaña durante todo el viaje. A ellos durante toda su vida. Niños de 5 o 6 años pastoreando. Mujeres caminando con sus baldes de agua en la cabeza o a la espalda desde el pozo más cercano. Gente, mucha gente caminando muchos kilómetros porque no tienen otra forma de desplazarse. Apenas hay tráfico en las carreteras. Aunque el que hay es nefasto. Carreteras Caminos de cabra para los que necesitas 4 horas para 70 km. Con los que te destrozas la espalda y te descalabras los huesos. Sobre todo si viajas en transporte local. De nuevo, para nosotros un viaje. Para ellos toda la vida. Policías corruptos que reciben propinas a cambio de hacer la vista gorda en tantos controles en las carreteras. Y ciudades feas e inseguras como Nairobi. Un lugar sitiado por verjas y rejas electrificadas.

La parte menos bella y quizás más amarga del viaje. Aunque nunca falta el color.

Pero sobre todo me he sentido viva.

Y llena de gratitud. Siento que he vivido una de las experiencias más grandiosas de mi vida.

Allí sientes la vida más vida. Con todo su esplendor , pero también con toda la crudeza. Y sientes la tierra más tierra. Aún siendo un mero espectador de la naturaleza, sientes que formas parte de un todo. Al menos, así lo he sentido yo.

Dicen que existe algo llamado el “mal de África”. Un sentimiento de enamoramiento por el continente negro  que te atrapa una vez has viajado allí. Al continente donde nació la humanidad. Una sensación de felicidad extrema, de sentirse más vivo y también de extrema nostalgia cuando lo abandonas. No sé si me habré contagiado por este mal, pero siento algo muy parecido. Un enamoramiento que escuece al recordarlo.  Como cuando te enamoras de alguien y al separarte duele.

Esta ha sido mi primera vez en la África negra. Pero no será la última. Y no puedo sentir nada más grande que un infinito agradecimiento. 

ASANTE SANA

Si también estás soñando con África y estás pensando organizar un viaje por Kenia, no te pierdas mi artículo: Consejos para organizar un safari en Kenia

Carol Gutiérrez

Carol Gutiérrez | Viajera por necesidad vital y soñadora sin remedio. Pasión por Asia, las islas del mundo, la música, el vino y la gastronomía. Más sobre mi

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